Vientos de Libertad, Argentina
esteban.vaccher@gmail.com | ORCID: 0009-0008-1698-5277
Resumen
El enfoque del artículo recupera los aportes del giro afectivo en las ciencias sociales para pensar los vínculos entre emociones, género y salud. Se problematizan las lógicas del amor romántico, la violencia simbólica y la construcción identitaria masculina en contextos de exclusión. Asimismo, se plantea la importancia de construir espacios de affidamento entre varones, como dispositivos de despatriarcalización, donde sea posible revisar críticamente los mandatos de género, habilitar el uso de la palabra y construir otras formas de vincularse. Se aboga por un abordaje integral, político y afectivo del consumo que considere la dimensión emocional y relacional de los sujetos, con el objetivo de promover prácticas más justas, empáticas y transformadoras, tanto para quienes atraviesan situaciones de consumo como para las comunidades en las que habitan.
Substance use issues and masculinities
An affective approach in contexts of multiple inequalities
Abstract
1. Introducción: el MTE y Vientos de Libertad
El Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) es una organización social que nuclea miles de personas por fuera del mercado laboral formal como consecuencia de los modelos neoliberales. Surge en Argentina a comienzos de los años 2000, en el contexto de la profunda crisis económica, social y política de 2001. Fue impulsado por trabajadores y trabajadoras que quedaban fuera del mercado laboral formal y que comenzaron a organizarse en cooperativas y ramas productivas para defender sus derechos y construir alternativas de trabajo digno.
A través de la economía popular, como forma de organización popular, dignifica el trabajo y las condiciones de vida. El MTE se organiza en cooperativas y unidades productivas sustentadas en la lógica del trabajo colectivo y poseen ocho ramas que nuclean las distintas actividades: cartoneros; textil; rural; construcción; espacios públicos; liberados, liberadas y familiares; sociocomunitario; Vientos de Libertad. Además, tienen áreas transversales como Mujeres y Diversidades, Salud y Formación. Junto a otras organizaciones, formaron primero la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y luego un paso más hacia la formalización de su propio sindicato con la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), desde donde luchan por sus derechos, reivindicaciones gremiales y también impulsan transformaciones necesarias para que a las futuras generaciones no les falte la Tierra, el Techo y el Trabajo.
Desde el 2015, el MTE cuenta con una rama exclusiva que se encarga del abordaje de las problemáticas del consumo desde una perspectiva política, terapéutica y comunitaria: Vientos de Libertad. Esta rama cuenta con casas comunitarias convivenciales, centros barriales, una casa de medio camino, cooperativas de trabajo y una casa de formación política y de oficios. Cada espacio es una herramienta concreta y particular, para dar respuestas a diferentes necesidades articuladamente. El inicio fue precario y los intentos por obtener fondos de la entonces Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR) fueron infructuosos. De todas formas, se avanzó y el nombre que recibió la primera casa fue la que luego adoptó la rama: Vientos de Libertad.
Estos espacios deben pensarse de manera articulada, como partes complementarias de un abordaje integral, más que como dispositivos aislados:
- Casas Convivenciales. Son espacios de residencia para quienes deciden iniciar un proceso de transformación personal. Actualmente, existen más de 6 casas convivenciales a nivel nacional, alojando a 865 personas y 43 hijxs. Algunas de estas casas están destinadas específicamente a mujeres, identidades diversas y niñxs, permitiendo que las compañeras atraviesen su proceso junto a sus hijxs. Por ejemplo, en Mar del Plata se inauguró una casa convivencial con capacidad para 30 mujeres o disidencias junto a sus hijxs, construida por la rama de Construcción del MTE .
- Centros barriales. Vientos de Libertad cuenta con más de 50 centros barriales distribuidos en distintos puntos del país, donde se abordan diversas problemáticas sociales en contextos de alta vulnerabilidad, con especial atención al consumo problemático. A estos espacios asisten alrededor de 20.000 personas. En ciudades como Tandil y Olavarría, estos centros ofrecen talleres, acompañamiento terapéutico y actividades comunitarias.
- Talleres y unidades productivas. Como parte del proceso de restitución de derechos y construcción de un proyecto de vida saludable, se desarrollan talleres de oficios y unidades productivas. Estos espacios permiten a los participantes adquirir habilidades laborales y generar ingresos, promoviendo la autonomía y la integración social. En algunos centros se ofrecen talleres de herrería, esculpido de uñas, electricidad, entre otros.
Este trabajo se inscribe en una estrategia de análisis reflexivo y situado, basado en la sistematización de experiencias desarrolladas en centros barriales del MTE - Vientos de Libertad, específicamente en los talleres de masculinidades. El enfoque adoptado no responde a un diseño cerrado o experimental, sino que parte de una lógica de investigación-acción, en la cual los saberes emergen de la práctica, el intercambio colectivo y la reflexión crítica sostenida en el tiempo. Esta metodología reconoce que las intervenciones en salud y género no pueden desentenderse del entramado institucional, político y afectivo en el que se producen, y propone una lectura en clave de coconstrucción, donde las voces de los participantes, coordinadores, talleristas y referentes territoriales son centrales.
En este sentido, el carácter metodológico del trabajo es doble: por un lado, se propone como un ejercicio de autoevaluación y problematización institucional, en tanto se busca interrogar las propias prácticas de intervención, revisar los desafíos y construir aprendizajes colectivos. Por otro, se reconoce el valor de las articulaciones interinstitucionales como parte integral del proceso: los centros barriales no funcionan como espacios aislados, sino en permanente diálogo –a veces en alianza, a veces en tensión– con actores del sistema público de salud, áreas de niñez y adolescencia, juzgados, escuelas, iglesias, y otras organizaciones sociales del territorio. Esta trama relacional es fundamental tanto para sostener los procesos de acompañamiento como para incidir en políticas públicas más integrales y contextualizadas. Así, la metodología aquí planteada busca ser coherente con el enfoque político y comunitario de la organización: situado, afectivo, horizontal y transformador.
De esta manera, analizaremos cómo se dan los abordajes en los centros barriales sobre la problemática de consumo y su relación con las masculinidades desde una perspectiva comunitaria, de género y tomando los aportes del giro afectivo.
2. La problemática de consumo
El debate en torno a los consumos de sustancias se encuentra tensionado por múltiples aristas. ¿Qué hace que un consumo sea considerado problemático? ¿La sustancia en sí misma? ¿La legalidad o ilegalidad de su uso? ¿La frecuencia o la cantidad consumida? ¿Las consecuencias para la salud individual o para la vida en comunidad?
En esta línea, María Epele (2010) en Sujetar por la herida propone comprender el uso problemático de sustancias desde una perspectiva relacional, situada en contextos de pobreza, exclusión y vulneración de derechos. Lejos de entender el consumo como una elección individual desvinculada de su entorno, Epele muestra cómo en barrios populares, el consumo de drogas se entrelaza con trayectorias marcadas por el sufrimiento social, la precariedad y las formas estatales de gestión de la vida y la muerte. Para la autora, el consumo de sustancias opera como una forma de calmar el dolor –no solo físico o emocional, sino el producido por condiciones materiales profundamente injustas–, y en muchos casos es una herramienta de pertenencia, un modo de tejer vínculos, de resistir o de “sujetarse a algo” en contextos donde casi todo falta.
Complementariamente, otros autores como Rafael Blanco (2010) y Franco “Bifo” Berardi (2009) permiten ampliar el análisis al ubicar el consumo dentro de la lógica del capitalismo tardío. Blanco lo presenta como una práctica social que no se limita a lo material, sino que involucra significados simbólicos: se consumen identidades, pertenencias, promesas de inclusión. Berardi, por su parte, lo concibe como un intento desesperado de sostener una subjetividad desbordada por la hiperproductividad y el vacío afectivo del neoliberalismo. Así, el consumo problemático aparece como síntoma de una economía que exige rendimiento constante pero niega el sostén emocional y comunitario necesario para habitar el mundo.
Desde esta perspectiva, el consumo no es una anomalía ni una patología individual. Es una respuesta –muchas veces dolorosa– a las condiciones de vida en una sociedad atravesada por la desigualdad estructural, la fragmentación social y la estetización del deseo. El mercado no solo promueve el consumo permanente como forma de autorrealización, sino que estigmatiza a quienes, en los márgenes, consumen “mal” o fuera de norma, profundizando su exclusión.
En este sentido, hablar de “consumo problemático” implica preguntarse también por la problematización del consumo como fenómeno social. ¿Qué consumos se legitiman y cuáles se criminalizan? ¿A qué cuerpos se les permite consumir y a cuáles se les castiga por hacerlo? En las comunidades en situación de pobreza, como muestra Epele, el Estado interviene muchas veces no para reparar las condiciones de vida, sino para disciplinar y controlar, reforzando así los circuitos de exclusión.
Marcos Maia (2016) aborda el consumo desde una perspectiva crítica, planteando que la sociedad actual, dominada por el sistema neoliberal, promueve una lógica de consumo que luego penaliza y estigmatiza a quienes consumen. Según Maia, el consumo no es un problema en sí mismo, sino que está estructuralmente vinculado a la dinámica del capitalismo que genera sujetos consumidores, pero no ofrece espacios para el cuidado o la contención de los mismos. Este enfoque resalta la contradicción inherente en una sociedad que produce necesidades artificiales para sostener la economía, pero a su vez condena a aquellos que caen en las trampas de esa misma economía. Para esta misma autora, se trata de una crítica al sistema que normaliza y alienta el consumo de ciertos bienes y servicios, mientras que discrimina o marginaliza a quienes consumen productos considerados “problemáticos”. Este análisis invita a pensar en nuevas formas de abordar el consumo desde una óptica más humanizada y solidaria, en lugar de limitarnos a la mirada punitiva y moralizante.
A su vez, Maia menciona las “políticas del afecto” como una alternativa a las políticas punitivas y excluyentes que predominan en el abordaje de las problemáticas vinculadas al consumo y la marginalidad. En su visión, las políticas tradicionales tienden a patologizar y criminalizar a quienes consumen sustancias, sin tener en cuenta los contextos sociales y emocionales que conducen a estas prácticas. En contraste, las políticas del afecto implican un enfoque basado en la emoción, la empatía y el cuidado, reconociendo que las personas que consumen sustancias, en su mayoría, lo hacen como una forma de lidiar con vacíos emocionales o exclusión social. En un siguiente apartado veremos cómo pueden vincularse las políticas del afecto con el desarrollo de las masculinidades.
Como mencionan los autores, cuando se hace referencia a los consumos es necesario considerarlos en el contexto particular de la sociedad de consumo, en la que los consumos de bienes y servicios en general se han desarrollado como un modo de satisfacción de deseos y necesidades. Una de las características de la sociedad contemporánea es que se encuentra atravesando un proceso de pasaje de una sociedad de productores a una sociedad de consumidores (Bauman, 2007). Este cambio implica múltiples y profundas transformaciones: una de ellas es que la sociedad condiciona y diseña la vida de los sujetos centrándolos particularmente como consumidores, para que estén dispuestos a ser seducidos constantemente por las ofertas del mercado, a la vez que crean que son ellos quienes mandan, juzgan, critican y eligen, cuando en realidad el modelo de interacción los sitúa también como objetos producidos por el mercado.
Las dimensiones de los consumos permiten analizar los hábitos de consumo desde distintas perspectivas para comprender mejor las dinámicas sociales, económicas y culturales que los rodean. De este modo, la problemática de consumo de sustancias (legales e ilegales) permite trabajar una problemática profunda que atraviesa dimensiones personales, sociales, culturales, económicas y de salud pública. Cabe aclarar que cuando nos referimos a drogas legales nos referimos a sustancias como el alcohol, tabaco, psicofármacos sin prescripción, mientras que cuando nos referimos a ilegales hablamos de sustancias como marihuana, cocaína, éxtasis, LSD, pasta base, entre otras. También hay que tener en cuenta que esta distinción a la hora del consumo no es tal y muchas veces se combinan (policonsumo), lo que agrava los riesgos.
El consumo de sustancias, tanto legales como ilegales, es una realidad que atraviesa distintas edades, clases sociales y contextos. Aunque muchas veces se lo asocia únicamente con el uso de drogas ilegales, la problemática es mucho más amplia: incluye también el abuso de alcohol, tabaco, psicofármacos y otras sustancias que, aun siendo legales, generan dependencia, deterioro en la calidad de vida y múltiples consecuencias a nivel personal y social. Como mencionamos, el consumo atraviesa todas las clases sociales, desde sectores con alto poder adquisitivo hasta jóvenes en situaciones de vulnerabilidad social pero se expresa de formas distintas. Hablar de la problemática de consumo nos permite dimensionar al consumo problemático de sustancias como un síntoma de otras problemáticas más profundas tanto personales (baja autoestima, restricción emocional, etc.), sociales (pobreza, desigualdad, violencia, desempleo), culturales (la naturalización y banalización del consumo de sustancias) y estructurales (falta de acceso a la salud mental, políticas públicas insuficientes, el punitivismo y la criminalización como única respuesta).
Los múltiples elementos implicados determinan una complejidad de aspectos que deberán considerarse para poder entender y abordar de manera exhaustiva esta problemática social. Esa complejidad debería invitarnos a contemplar la problemática del consumo alejados de cualquier reduccionismo o interpretación parcial. Estamos hablando de un fenómeno que tiene, en definitiva, implicaciones múltiples: psicológicas, médicas, sociales, económicas, políticas, educativas, históricas y, como iremos desarrollando, implicancias de género.
¿De qué manera las desigualdades impactan en las maneras de consumir de las personas? El análisis de la relación entre las personas y las drogas no puede quedar escindido de las formas particulares que la época imprime a las relaciones entre las personas y sus consumos. Como tampoco puede quedar separado de las formas en las cuales se despliegan las masculinidades. En este sentido, intentaremos visibilizar que ser socializado como varón, desde un modelo de masculinidad hegemónica, podría constituir una vulnerabilidad específica para el consumo problemático de sustancias.
En este sentido, si bien el consumo de sustancias puede comprenderse como respuesta a condiciones estructurales de desigualdad, es indispensable considerar también cómo estas condiciones afectan las dimensiones subjetivas y emocionales de las personas. Las experiencias de malestar, las ausencias afectivas o sus emociones no son elementos secundarios, sino aspectos centrales para entender las formas en que las personas se vinculan con el consumo. Por ello, resulta necesario incorporar al análisis los aportes del giro afectivo en las ciencias sociales, que permiten iluminar los vínculos entre emociones, género y salud desde una mirada más integral y relacional.
3. La salud de los varones
Tanto el consumo como las emociones y los afectos no operan en un vacío cultural, sino que se inscriben en marcos sociales que moldean las subjetividades. Uno de los más significativos es el de la masculinidad hegemónica, cuyas exigencias y prohibiciones afectan profundamente la manera en que los varones enfrentan el malestar, el dolor o la necesidad de ayuda. En este marco, explorar la construcción de las masculinidades permite comprender una vulnerabilidad específica frente al consumo problemático y aporta claves para su abordaje desde una perspectiva crítica y de género.
En las últimas décadas, múltiples investigaciones1 han demostrado que los varones presentan indicadores preocupantes en relación con su salud física, mental y emocional. Tenemos menor esperanza de vida que las mujeres, mayor prevalencia de conductas de riesgo (como consumo de alcohol, accidentes y suicidio), y menor tendencia a consultar a servicios de salud. Estos datos no pueden entenderse sin considerar la dimensión de género: no se trata de biología, sino de cómo los varones son socializados en modelos de masculinidad que privilegian la negación del malestar, el desprecio por el cuidado y la búsqueda de poder a través del control del cuerpo y del entorno (Connell, 2005).
Según Kaufman (1989), la masculinidad funciona como un factor de riesgo en al menos tres sentidos: para uno mismo, al exigir resistencia al dolor y negación de la vulnerabilidad; para otros varones, a través de relaciones de competencia, violencia o dominación; y para mujeres y disidencias, mediante la reproducción de prácticas misóginas, sexistas o violentas. Esta construcción hegemónica del varón fuerte, invulnerable y autosuficiente opera como una barrera para el acceso a la salud y la construcción de vínculos afectivos genuinos. Así, la masculinidad no solo genera daños hacia afuera, sino también hacia adentro del propio sujeto.
Desde una perspectiva crítica, autores como Inhorn y Wentzell (2011) proponen el concepto de masculinidades en plural, para dar cuenta de que no hay una única forma de ser varón, y que muchas de las prácticas dañinas pueden y deben ser transformadas. En este sentido, el trabajo sobre la salud de los varones no puede desligarse del trabajo sobre las masculinidades: intervenir en salud implica también disputar sentidos, desmontar mandatos y habilitar nuevas formas de vivirse como varón. Esta idea se retoma en el enfoque de salud integral con perspectiva de género, que plantea la necesidad de escuchar y acompañar a los varones desde una mirada más comprensiva y empática.
El giro afectivo en las ciencias sociales refuerza esta necesidad de atender no solo a los cuerpos, sino también a los afectos, emociones y vínculos que atraviesan la experiencia masculina. En esta línea, Marcos Maia (2016) sostiene que “para transformar la masculinidad es necesario trabajar sobre las heridas que genera el modelo patriarcal, y eso solo puede hacerse desde políticas del afecto y del cuidado”. Estas políticas apelan a reconocer la vulnerabilidad como parte de la experiencia humana, y a construir otros modos de ser varón que no estén basados en el control, la dureza o la negación del dolor. Los problemas de salud de varones no pueden entenderse fuera del análisis de género. Trabajar sobre la salud de los varones implica desafiar estructuras culturales profundamente arraigadas, pero también abrir posibilidades: para repensar el cuerpo, la emoción, el vínculo y la vida en común desde una ética del cuidado y la transformación colectiva.
4. ¿Cómo pensar las masculinidades y el consumo en sociedades desiguales?
Volviendo al abordaje de Vientos de Libertad, cabe destacar que cada espacio (casa convivencial, barriales, unidades productivas) tienen dinámicas propias, se trabaja con un método integral, político, terapéutico y comunitario. Cada espacio está construido con ciertas perspectivas transversales: de salud comunitaria, con perspectivas de clase y género. Así como también se sostienen con el acompañamiento de equipos de abordaje comunitario. En este sentido y como venimos viendo, la salud, la problemática de consumo y las masculinidades están estrechamente relacionados en las discusiones sobre cómo las expectativas sociales de género influyen en la salud y el comportamiento de los varones. Este vínculo ha sido abordado por diferentes teóricos y estudios sociales, incluidas las perspectivas feministas y de estudios de género, como las que desarrolla Sara Ahmed. En los talleres vemos las conexiones claves entre ambos conceptos, basándose en cómo las normas de género impactan la relación de los varones con el consumo de sustancias.
Argentina está atravesada por importantes desigualdades socioeconómicas que se manifiestan a nivel regional y provincial, pero se evidencian también al interior de cada provincia y cada localidad (PNUD, 2022). Un centro barrial es un espacio de salud en el territorio. Es un lugar de acompañamiento para personas que se encuentran en situación de consumo y, en muchos casos, situación de calle. Es un espacio, un punto de encuentro, donde se acercan vecinxs del territorio que atraviesan situaciones complejas, generalmente vinculadas a la vulneración de derechos, para recibir contención y orientación profesional, para participar de formaciones y talleres. Se realiza un acompañamiento integral, no solo se centra en el abordaje de situaciones de consumos, sino también en el acompañamiento de la vida con todo su entramado. Los barriales no son espacios aislados sino en articulación y tensión constante con las instituciones del Estado encargadas de garantizar derechos: la escuela, los centros de salud, el hospital, el municipio y sus respectivas áreas. El barrial se construye desde la salud comunitaria con propuestas de participación activa y de intercambio con la comunidad, construyendo espacios que problematicen y transformen las violencias.
El abordaje de la problemática de consumo, en Vientos de Libertad, tiene un enfoque más amplio y social que el consumo problemático. Se refiere a los problemas sociales, económicos y culturales asociados con el consumo de sustancias en una determinada comunidad o sociedad. Este término aborda las consecuencias sociales más amplias del consumo de drogas o alcohol, como el impacto en la salud pública, la violencia, la criminalidad, las desigualdades sociales, y la falta de acceso a servicios de salud y rehabilitación. En una sociedad donde el consumo de drogas es muy alto y afecta a la comunidad en su conjunto, la problemática de consumo se refiere no solo a los efectos individuales de las personas que consumen, sino a cómo ese fenómeno afecta a la seguridad, el bienestar social y la economía de la comunidad en su conjunto. A diferencia del consumo problemático que hace referencia a una forma de uso de sustancias (alcohol, drogas, etc.) que genera consecuencias negativas en la vida de una persona. En este sentido, una persona que, de forma intermitente, consume alcohol (u otras sustancias) de manera excesiva en situaciones sociales, lo que le provoca accidentes o conflictos interpersonales, pero no cumple con los criterios para un diagnóstico de adicción, está en una situación de consumo problemático. El término se usa para describir una situación en la que el uso de la sustancia afecta negativamente el bienestar del individuo, incluso si no se alcanza un diagnóstico clínico de dependencia o adicción.
Dubet (2012) ofrece una visión detallada de cómo las desigualdades sociales se entrelazan y se combinan, afectando a los individuos en múltiples niveles. Su enfoque ayuda a comprender la complejidad de las desigualdades y su impacto en la vida cotidiana y en las estructuras sociales. La situación de clase, el nivel educativo, el origen étnico y el género son factores significativos en las que las oportunidades desiguales en las que acceden las personas. La implementación de talleres de masculinidades o espacios para varones llega como propuesta desde Vientos de Libertad, debido a que se encontraban con un gran porcentaje de personas atravesadas por la problemática del consumo percibidos como varones cis. Esto da cuenta de que la socialización cismasculina podría ser un factor que influye en el padecimiento de dicha problemática, por ende para tener una recuperación integral de sus derechos vulnerados, se considera necesario que la reflexión sobre dicha temática sea parte del proceso (mediante la participación en espacios para masculinidades) en donde puedan identificar qué de la socialización masculina y sus mandatos se relaciona con las problemáticas del consumo. Algunas características de la masculinidad contribuyen a que el ser varón represente un peligro para todas las personas, incluido uno mismo, porque son los principales destinatarios de los mandatos de socialización.
La implementación en este sentido, de un taller situado de reflexión sobre varones y masculinidades, en el marco de un proceso donde se aborda la problemática de consumo, constituye una novedad en estos ámbitos de salud mental y una oportunidad para el abordaje de la problemática. Desde perspectivas sociales interdisciplinarias en las que promueve la salud integral y sociocomunitaria, se abordan temáticas interpeladoras, que en un principio eran desconocidas y muy resistidas: mandatos, roles, estereotipos y privilegios de la masculinidad, violencias, abuso de poder, paternidades, dependencia emocional, mitos del amor romántico, ITS, métodos anticonceptivos, así como la pornografía y la construcción del deseo. Además, se abordan los emergentes y las demandas que aparecen en diferentes momentos y que desde los equipos de los barriales solicitan abordar.
En base al análisis de las situaciones de vida de los participantes, se establecen distintas estrategias de planificación, abordaje e intervención. Las mismas se piensan teniendo en cuenta el modelo ecológico (Lorey Heise, 1998), diversas técnicas de educación popular en las que se propone la circulación de la palabra, la horizontalidad, la reflexión social, subjetiva mediante actividades de producción grupal y de movimiento corporal y, por último, la observancia de la garantía del ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, tanto de los mismos varones que participan del espacio así como de las personas con las que estos se vinculan. El espacio o taller de masculinidades se presenta además de como un espacio de reflexión y promoción de modificación y cuestionamiento de prácticas machistas, y las asociadas a la problemática del consumo, como un espacio de prevención de las violencias por motivos de género.
Cabe destacar que los talleres dentro de la organización son destinados no solo en los barriales sino también a profesionales, coordinadores, referentes, trabajadores y militantes de la rama donde se plantea repensar que implica ser varón en esta sociedad y en el campo popular. Se reflexiona teniendo en cuenta que los varones crecimos y nos criamos en un mundo en donde el varón, tiene que ser, pensar y actuar de una determinada manera para cumplir con la norma. La masculinidad hegemónica y patriarcal opera como un chaleco de fuerza que nos atraviesa impidiéndonos movernos de ciertos parámetros.
5. ¿El consumo de sustancias como una forma de reafirmar la masculinidad?
En los talleres se visualiza como el consumo de alcohol y otras sustancias están estrechamente vinculado con la construcción de la masculinidad. Se asocia con comportamientos de “fortaleza”, “riesgo” y “audacia”. Las bebidas alcohólicas en varones, son parte de una forma de marcar una “identidad de hombre” al participar en actividades que refuercen los valores de poder, resistencia y control. Este tipo de consumo se presenta como un rito de paso o una manera de demostrar virilidad. Para Kimmel (2008), los hitos de la masculinidad en las etapas jóvenes se asocian con actividades de riesgo, la aceptación de la sexualidad masculina y la afirmación de la autoridad. El autor expresa que la construcción de la masculinidad está marcada por la presión de cumplir con una serie de comportamientos que consolidan el orden de género, como el consumo de alcohol y el rechazo de las emociones. La presión para pasar por estos “ritos de iniciación” puede tener consecuencias graves, como la perpetuación de la violencia, la homofobia y el machismo. En la misma línea, Kaufman (1994) menciona en su análisis que los hitos de la masculinidad, no solo son momentos de afirmación de la virilidad, sino también de enfrentamiento de riesgos que los hombres toman para validarse como “hombres”. Estos hitos de riesgo (como la participación en peleas, accidentes o comportamientos peligrosos) son, en muchos casos, parte integral de cómo los hombres construyen su identidad en la sociedad patriarcal.
En los talleres la pregunta: “¿cuándo fue que te sentiste hombre?” suele ser abordada en distintos encuentros, particularmente cuando se incorporan participantes nuevos. Las respuestas están asociadas a las reflexiones que mencionamos antes con los diferentes autores, las normas o los guiones de género. Se registra que las respuestas son: “cuando tuve sexo la primera vez”, “la primera masturbación”, “cuando tuve mi primer trabajo”, “cuando me fui de la casa de mis viejos”, “cuando fui padre”, “cuando me la banqué en una pelea”, “cuando tomaba y me la aguantaba… compitiendo quién toma más sin quebrar”.2 Vemos en las frases como se asocia “el hacerse hombres” con los comportamientos vinculados a la “cultura del aguante”, a los roles de género, a la fortaleza, al riesgo, a la sexualidad y a la violencia. Además, cabe destacar que muchos relatos registrados en los talleres cuando se intenta desarrollar la conexión entre consumo y masculinidades, tienen que ver con no poder expresar emociones tales como angustia, tristeza, enojo o bronca. No poder poner en palabras ciertas emociones, frecuentemente lleva a situaciones de consumo.
En este sentido es que se realiza una asociación de la importancia del uso de la palabra a la hora de cuestionar el consumo y cuestionar cómo nos fuimos construyendo como varones como trabajos complementarios y necesarios. bell hooks (2000) destaca la importancia de reformular estos hitos de la masculinidad en torno al amor, la empatía y la vulnerabilidad. Desarrolla una crítica los hitos tradicionales de la masculinidad, que están ligados al poder, la independencia y la dureza emocional, y aboga por una nueva visión que permita a los varones vivir de manera más saludable y consciente, superando los modelos tradicionales que promueven la violencia y el sufrimiento.
6. La vida emocional de los varones
Ahmed (2015) argumenta que las emociones no son simplemente reacciones individuales, sino que están profundamente influenciadas por las normas y expectativas sociales. En el caso de los varones, las emociones como la ira, la frustración y la vergüenza a menudo se asocian con una masculinidad hegemónica que les exige demostrar poder y control. Estas emociones son reguladas por la sociedad de tal manera que los hombres suelen ser socializados para reprimir su vulnerabilidad y expresarse a través de la agresión, lo que puede llevar a la violencia de género.
Las emociones no son privadas sino públicas, y por eso son políticas, de allí la importancia de estudiar “la naturaleza pública de las emociones” o “la naturaleza emotiva de lo público” (Ahmed, 2015). Las nuevas derechas se nutren, no solo de ideologías o de programas partidarios, sino también de afectos y de emociones que irrumpen como novedad. Los sentimientos dominan la escena política y las derechas son quienes mejor saben interpretar o leer esas corrientes afectivas predominantemente “negativas” convirtiéndolas en una potencia tan creativa como destructiva (Illouz, 2023).
De esta manera, la problemática de consumo puede entenderse como una estrategia frente al malestar emocional, muchas veces silenciado o invisibilizado. Desde una perspectiva de género y feminista, es posible vincular este consumo con las formas en que se socializan las emociones en función del género. La restricción emocional, entendida como la limitación cultural impuesta sobre qué emociones pueden expresarse y por quién, atraviesa particularmente a los varones, quienes somos educados para suprimir el miedo, la tristeza o la vulnerabilidad, quedando emocionalmente aislados. En este sentido, el consumo aparece no solo como una forma de escape, sino también como una herramienta para sostener identidades marcadas por el mandato de la dureza.
La autora bell hooks, en su libro La voluntad de cambiar, denuncia cómo el patriarcado impide a los hombres desarrollar su mundo emocional. Desde su mirada, los varones aprenden a reemplazar el lenguaje del afecto por la rabia, el silencio o el consumo de sustancias, en un intento de manejar el dolor que no pueden nombrar. Para hooks, recuperar el acceso a las emociones y al amor no es una debilidad, sino un acto revolucionario frente al sistema patriarcal. Por eso, abordar el consumo desde este lugar requiere romper con los estereotipos de género y ofrecer espacios donde las personas, especialmente los varones, puedan ser escuchadas sin ser juzgadas como sucede en los barriales.
Mouffe (2023) explora cómo las emociones y los afectos influyen en la política y en la construcción de identidades colectivas. La autora argumenta que la política no puede entenderse solo a través de la razón, los sentimientos desempeñan un papel crucial en la movilización social y en la formación de alianzas. Además, plantea que espacios asociados a una “izquierda”, al enfatizar la razón a veces rechaza las emociones como manipuladoras o irracionales, lo que puede dificultar la conexión con sectores de la población que están motivados por sentimientos de injusticia, frustración o desesperanza.
Desde otro ángulo, Ahmed aporta en La política cultural de las emociones una lectura clave sobre cómo las emociones están socialmente construidas y organizan cuerpos, relaciones e identidades. Según Ahmed (2015), las emociones “se pegan” a los cuerpos según las normas culturales, y esto incluye mandatos de género que determinan qué se puede sentir o mostrar. Así, emociones como la vergüenza, el deseo o la tristeza se vuelven inaceptables o peligrosas para ciertos cuerpos, y el consumo puede operar como una vía para lidiar con esas emociones no habilitadas. Esta perspectiva permite ver que el problema no es solo individual ni clínico, sino profundamente social y político.
Por tanto, abordar el consumo problemático de sustancias desde un enfoque de género implica reconocer el impacto de los mandatos patriarcales sobre las emociones, los vínculos y las formas de transitar el dolor. Las políticas públicas y los dispositivos de atención deben ofrecer espacios no punitivos, donde se habilite la palabra, el afecto y la reconstrucción de la subjetividad, especialmente en varones y personas criadas bajo modelos rígidos de masculinidad. Incluir la dimensión emocional como eje del cuidado es parte de una respuesta más integral, sensible y transformadora frente al consumo.
7. Las lógicas del amor romántico en los barriales
Las temáticas abordadas en los talleres/espacios de masculinidades dan lugar no solo al abordaje de la construcción de la masculinidad y sus vínculos con la violencia de género sino también a la vida emocional de los varones que transitan los barriales. De esta manera, se plantean la dependencia emocional, los vínculos de pareja y cómo se vinculan con los estereotipos de género. ¿De qué manera los estereotipos de género y el amor romántico se asocian al ejercicio de violencia? El ciclo de la violencia (Walker, 1991) caracteriza la permanencia de la mujer en la convivencia con el varón, en una sucesión alternante de episodios violentos seguidos de episodios de reconciliación, que progresan en una espiral de violencia cada vez mayor. La implicación de las mujeres en esta dinámica relacional causa un deterioro significativo en su salud cuando no ocurren femicidios. En la complejidad de los vínculos de parejas se observa, en los relatos de los varones que transitan en barrial, que si bien hay cierto patrón del ciclo de la violencia en el cual se identifican este ciclo muta y va tomando diferentes características. De esta manera se trabaja el ciclo de la violencia para tratar de identificar esos momentos de manera crítica y reflexiva para que se identifiquen a partir de las emociones que se generan. Es por esto que resulta importante poder profundizar sobre cómo se manifiestan estas formas de vincularse incluyendo el análisis de las emociones como la ira, bronca, enojo y la vergüenza, emociones que se registran del relato de los varones en los talleres.
A su vez, también en los talleres han planteado que esa forma de vinculación (acumulación, explosión y reconciliación) se aplica en como ellxs se vinculan con el barrial: “eso que usted nos cuenta a veces nos pasa acá también, con los trabajadores de acá”.3 De esta manera vemos como el modo de vinculación trasciende los vínculos sexoafectivos donde se da, sino que desciende de todo un sistema y una estructura social, política y económica. Es una dinámica vincular que parecería estructural y que llega a desarrollarse en mayor (pareja) o menor (barrial) medida según el contexto y en el caso de las relaciones de pareja, la violencia se vuelve incluso más grave por ejecutarse en nombre del amor, legitimándose y tolerándose en muchos casos.
En los talleres varios varones han manifestado el vivir la separación con su pareja como un fracaso: “uno piensa que fracaso, y que fracaso con una con otra que no sostuvo la familia”.4 Ver a la institución matrimonial o la idea de familia como producto acabado y separado de sus orígenes dio lugar a la naturalizada idea de que en ella se da una relación de igualdad entre dos personas libres para elegir, con un pacto de amor, y con los mismos derechos; invisibilizando las asimetrías de poder en lo político, social, económico y sexual (Fernández, 1993).
De esta manera, nos preguntamos ¿es posible pensar en otras formas de relacionarse sexoafectivamente? En este sentido se plantea en los talleres que puede repensarse la crítica al amor romántico, dando lugar a la circulación de los afectos, incluyendo todo tipo de vínculo y no solo en una pareja (Thalmann, 2008). Teniendo esto en cuenta, será importante ver las implicaciones culturales que impactan en los modos de entender a las parejas, los vínculos, los contratos, sean tradicionales o innovadores.
No se crean conceptualizaciones, ni se conciben datos en un vacío contextual. Un análisis histórico de las concepciones naturalizadas con respecto a lo que se entiende socialmente como pareja, amor, matrimonio, sexualidad, monogamia nos permite poder profundizar en el desarmado de ellas. Estas categorías dan cuenta de una norma que es usada como medida natural para el resto de las relaciones sexoafectivas, y que será el preámbulo para concebir luego una diferencia en los modos de vincularse.
Si consignamos un análisis histórico también para comprender estas formas de conformar subjetividades que operan hoy día, puede encontrarse ya en la Antigua Grecia una reciprocidad entre la razón y los varones por un lado, y los sentimientos y las mujeres, por otro; estructurando así también la correspondencia con un mundo público racionalizado y uno privado sentimentalizado. La concepción del amor romántico supone la entrega total a la otra persona, de modo que la pareja se convierte en la parte fundamental de la existencia, a través de una relación de dependencia, así como el perdón y justificación de conductas por amor (Ferreira, 1995). Este tipo de concepción del amor, en cierto modo, puede propiciar el mantenimiento de una relación pese a que haya violencia de género por parte de la pareja. En esta línea, la subjetividad masculinidad juega un rol importante. No solo los maltratos físicos explícitos sino los destratos, indiferencias y otras formas que toman los lazos afectivos.
De este modo, los mitos del amor romántico, insertos y entrelazados con los estereotipos de género, dan lugar al control, el abuso del poder y la violencia, al ser comportamientos aceptados y reforzados por la cultura patriarcal. Es necesario aquí poner un alerta debido a que las violencias físicas van cambiando sus formas de presentación, dado que los femicidios se producen no solo como final de toda una vida de golpes, sino en lazos sexoafectivos de pocos meses de duración.
8. Restricción emocional, género y consumo problemático de sustancias
De acuerdo con Eva Illouz (2012), el amor romántico moderno no solo reproduce desigualdades entre géneros, sino que configura formas desiguales de sufrimiento afectivo, donde los varones, aunque aparentemente protegidos por su rol de distanciamiento emocional, carecen de herramientas simbólicas para procesar sus malestares cuando estos emergen.
Está restricción emocional no es accidental, sino constitutiva de la socialización masculina. Desde temprana edad, los varones son educados para inhibir la expresión emocional, especialmente aquellas vinculadas con la tristeza, el miedo o la vulnerabilidad. Tal como plantea Michael Kaufman (1989), la masculinidad hegemónica impone un modelo de invulnerabilidad y dominio que, si bien legitima ciertos privilegios, impide el desarrollo de recursos afectivos saludables. Como vimos, este “bloqueo emocional” se convierte en un factor de riesgo cuando el varón enfrenta situaciones de estrés, duelo o crisis relacional, ya que la falta de espacios legítimos para compartir el sufrimiento lo conduce, en muchos casos, a conductas de evasión o compensación.
En este contexto, el consumo de sustancias aparece como una vía disponible y culturalmente tolerada para gestionar el malestar psíquico. Diversos estudios han mostrado que los varones consumen en mayor proporción que las mujeres, especialmente en entornos masculinistas donde el consumo no solo se tolera, sino que se convierte en práctica de validación grupal (Wenceslao, 2021). El alcohol, por ejemplo, cumple muchas veces la función de desinhibidor emocional en espacios donde la ternura o la expresión de dolor están vedadas. Sin embargo, esta aparente solución esconde un agravamiento del problema: lejos de generar contención, el consumo profundiza el aislamiento, la dependencia y la autodestrucción.
Franco “Bifo” Berardi (2019) vincula este fenómeno con una crisis afectiva generalizada que atraviesa las subjetividades contemporáneas. Según el autor, vivimos en una época de desconexión emocional, marcada por la precarización de los vínculos y la imposibilidad de metabolizar el dolor en comunidad. Esta desconexión, intensificada por los mandatos de masculinidad, empuja a los varones a resolver su angustia de manera individualista, muchas veces a través de la violencia, el silencio o el consumo. En este sentido, la masculinidad no solo se convierte en una estructura opresiva para los otros, sino también en un dispositivo de daño hacia el propio sujeto masculino.
Abordar la problemática del consumo desde una perspectiva de género implica, por lo tanto, comprender las tramas afectivas que lo sostienen. No se trata únicamente de reducir el daño o promover el autocuidado, sino de cuestionar los modelos vinculares y subjetivos que habilitan la desconexión emocional como norma. Esto exige generar nuevas pedagogías del afecto que habiliten a los varones a reconocer su malestar, a compartirlo, y a construir otras formas de intimidad y cuidado no mediadas por la lógica del control o la evasión. Solo así será posible desarmar las estructuras que ligan masculinidad, sufrimiento y consumo, y abrir caminos hacia una salud emocional colectiva más equitativa.
9. Aportes del giro afectivo para el abordaje de masculinidades y la problemática de consumo
Tras más de un año de talleres en los centros barriales de Parque Patricios y Chacarita (CABA), se visualiza que la participación sistemática en el dispositivo logra que haya una mínima reflexión sobre cuestiones relacionadas con la masculinidad tradicional, en el que además los participantes muestran su vulnerabilidad frente a otros varones, sin importar la exposición que en muchos casos puede generar distintos cuestionamientos. Por ejemplo, permitirse llorar o “mostrarse quebrado”5 así como sentir vergüenza ante pensamientos y acciones donde las prácticas machistas han sido parte de su vida cotidiana. Intervenir desde los afectos proporciona herramientas para analizar cómo las emociones y las relaciones afectan la construcción y experiencia de las masculinidades. Este enfoque permite una visión sobre la construcción de las identidades masculinas, considerando no solo las normas y expectativas sociales, sino también cómo los afectos y las experiencias emocionales influyen en la vida de los hombres (Ahmed, 2004). El proceso de las masculinidades y el proceso del consumo van de la mano en la necesidad de poder implementar el uso de la palabra entendiendo que es un proceso que no tiene una “bandera a cuadros” de llegada, sino que es un proceso en continuum tal como puede ser el de consumo problemático. Estos espacios son un punto de partida y una piedra de toque para poder poner en cuestión el ejercicio de la masculinidad.
La idea de alojar a las masculinidades incómodas en contextos feministas es crucial para fomentar una reflexión crítica sobre las normas de género y evitar la aparición de discursos antifeministas. En lugar de rechazar o silenciar las masculinidades que se sienten desafiadas por las críticas feministas, es importante involucrarlas en un proceso de cuestionamiento y desaprendizaje de las normas patriarcales que perpetúan la desigualdad de género. Crear espacios donde los varones podamos reflexionar sobre las construcciones de masculinidad que nos afectan, pero que, a menudo, nos limitan o nos condicionan a un comportamiento rígido y dañino. El objetivo es que entre varones no solo podamos reflexionar y cuestionar sino también poder desarmar la complicidad machista que fluye entre el grupo de pares. En este sentido resulta interesante la idea de affidamiento de las feministas italianas quienes desarrollaron este concepto para referirse a la alianza entre una mujer experimentada, experta, cargada de conocimientos y una mujer joven, llena de potencia, pero falta de experiencia (Luque, 2020). Esta última requiere de guía y consejo para empoderarse y poder así actuar en una sociedad patriarcal. El término representa la relación específicamente femenina de confianza y apoyo mutuo entre mujeres, considerando dicho vínculo como una práctica social disponible para su empoderamiento.
¿Se podría pensar esta lógica para los varones que forman parte de los talleres con cierta permanencia y aquellos que recién ingresan? Luque (2020) plantea la idea de affidamento masculino como una forma del arte cuir6 del fracaso del varón patriarcal. Se trata de reformular/cuirizar tal categoría para denominar prácticas masculinas emergentes que aún no tienen nombre propio. De esta manera, el affidamento masculino sería ese conjunto de prácticas y afectos entre los varones que tienen tiempo de permanencia en el taller y en su proceso de consumo frente a aquellos nuevos ingresantes que llegan con resistencias. Luque plantea que el affidamento masculino es un afecto que, en la contemporaneidad, funciona como dispositivo de despatriarcalización y desujeción: esto es, el proceso en el cual los varones se abandonan los mandatos y obediencias de las normas patriarcales perdiendo su posición de privilegio. De esta manera se buscan formas más libres de ser varones, aunque estas los lleven a situaciones de incomodidad.
En el marco del giro afectivo, Verónica Gago (2020) propone pensar la transformación subjetiva no solo desde el discurso racional, sino también desde los cuerpos, las emociones y los vínculos. Esta perspectiva resulta clave para abordar las masculinidades, ya que permite correrse de enfoques exclusivamente punitivos o normativos, abriendo el espacio para experiencias que interpelen a los varones desde lo sensible. Trabajar con los afectos implica habilitar otras formas de estar en el mundo, donde la empatía, la ternura y el cuidado se conviertan en prácticas posibles, desafiando los mandatos de dureza, dominio y control. Así, el campo afectivo se vuelve un terreno fértil para imaginar y construir masculinidades que no se sostengan en la negación del otro, sino en el encuentro.
La práctica del affidamento entre varones, tal como se ha ido configurando en los espacios de Vientos de Libertad, puede leerse como una forma emergente de vínculo afectivo y político que habilita la construcción de nuevas formas de masculinidad. Inspirado en las experiencias feministas italianas, este concepto se reformula en clave masculina como una herramienta de despatriarcalización. En los talleres, se observa cómo los varones con mayor tiempo de tránsito en el dispositivo acompañan a los nuevos ingresantes no desde la autoridad vertical, sino desde una posición horizontal de reconocimiento mutuo. Este lazo entre pares, basado en la confianza, el compartir experiencias y la escucha empática, opera como un sostén subjetivo y comunitario clave para habilitar la palabra, contener el dolor y fomentar la permanencia en los procesos de transformación.
Esta modalidad de trabajo dialoga con los enfoques de intervención entre pares que han demostrado ser eficaces en contextos de alta vulnerabilidad social. Tal como analizan Miranda, Arancibia y Fainstein (2021), las estrategias comunitarias que promueven el acompañamiento entre jóvenes en situación de exclusión tienen un enorme valor para generar oportunidades significativas y reconstruir proyectos de vida. En este marco, el affidamento entre varones puede entenderse como una forma específica de “alianza pedagógica entre iguales”, donde el saber no está monopolizado por técnicos o expertos, sino que circula a través del vínculo, del cuerpo, del relato vivido. Lejos de reproducir lógicas paternalistas o asistencialistas, esta forma de intervención reconoce a los sujetos como protagonistas de su proceso, fortaleciendo su agencia y desarmando la complicidad machista que muchas veces estructura los lazos masculinos tradicionales.
Somos parte del problema, pero también parte de la solución. En la misma línea, bell hooks (2000) manifiesta la necesidad de que los varones nos comprometamos a cuestionar y transformar nuestras propias actitudes/comportamientos/prácticas que nos permitan confrontar y desmantelar las estructuras de poder opresivas patriarcales. En este sentido, los talleres tienen por objetivo dar una posibilidad de transitar la masculinidad de una manera crítica. Ahmed (2015) sugiere que es esencial construir nuevas formas de masculinidad, que permitan a los varones vivir sus emociones de manera más plena y compleja, sin caer en la violencia como forma de ejercicio de poder. Esto implica desmantelar las estructuras de poder que vinculan las emociones masculinas con la agresión y promover modelos alternativos basados en el respeto, la colaboración y la comprensión emocional. En los talleres se intenta disputar el sentido construido y las lógicas de poder del patriarcado principalmente para que no haya más femicidios, pero también para poder construir masculinidades más libres, diversas, no sexistas y alejadas de los mecanismos de reproducción de las violencias y complicidades machistas. Tal como señala bell hooks (2000), el cambio real en los varones no se produce solo por presión externa, sino cuando se implican activamente en desarmar las lógicas de dominación que sostienen el patriarcado.
Finalmente, por este motivo se destaca la importancia de la decisión política de la Organización Vientos de Libertad-MTE para alojar masculinidades en situación de consumo con el objetivo de transformar desde las emociones y los afectos politizando no solo el consumo sino también el ejercicio de la masculinidad.
10. Entre afectos y políticas, sentidos que abren. A modo de cierre
A lo largo de este artículo se analizó la problemática del consumo de sustancias desde una perspectiva que articula los aportes de los estudios de género, la crítica al paradigma biomédico, las prácticas comunitarias y el giro afectivo. Lejos de comprender el consumo como una patología individual, se lo abordó como una expresión compleja de desigualdades estructurales, malestares subjetivos y mandatos de género que atraviesan a los varones socializados bajo los preceptos de la masculinidad hegemónica. La experiencia de Vientos de Libertad permitió visibilizar cómo dispositivos territoriales, sensibles al contexto y al entramado emocional de las personas, pueden abrir caminos de transformación subjetiva y colectiva.
El análisis del consumo como problema social no puede prescindir de su relación con las desigualdades estructurales. Tal como plantea Epele (2010), el uso de sustancias en contextos de pobreza y exclusión no debe ser comprendido como un fenómeno individual, sino como una estrategia situada para afrontar el dolor, la precariedad y la falta de horizonte. Esta perspectiva desarma los enfoques punitivos o moralizantes y permite interpretar el consumo como un síntoma social antes que como un diagnóstico clínico. El mercado neoliberal, que promueve el consumo ilimitado como promesa de felicidad, excluye y castiga a quienes no pueden sostener el “modo correcto” de consumir. En este marco, los cuerpos vulnerables –particularmente los cuerpos masculinizados de sectores populares– cargan con el peso de una doble condena: la de consumir y la de hacerlo “mal”.
El análisis efectuado demuestra que las construcciones sociales de la masculinidad no solo influyen en la forma en que los varones consumen sustancias, sino también en cómo enfrentan o no las situaciones de sufrimiento, vulnerabilidad y pedido de ayuda. La masculinidad hegemónica, con su mandato de autosuficiencia, invulnerabilidad y dominio, se manifiesta como un obstáculo en los procesos de atención y acompañamiento. En este sentido, las instituciones que reproducen estereotipos de género y sostienen prácticas medicalizantes tienden a invisibilizar las dimensiones estructurales del problema, reforzando una lectura individual y patologizante del consumo.
El recorrido realizado también permitió identificar que los consumos problemáticos deben ser comprendidos se insertan en tramas sociales signadas por desigualdades económicas, violencias estructurales y carencias afectivas. Por ello, los abordajes reduccionistas resultan insuficientes para generar respuestas efectivas, y se hace imprescindible apelar a marcos interpretativos más amplios que articulen saberes interdisciplinares y enfoques interseccionales.
Desde esta perspectiva, el trabajo comunitario emerge como una herramienta clave para construir dispositivos de acompañamiento que reconozcan las singularidades subjetivas sin perder de vista los condicionantes sociales. La intervención territorial, el fortalecimiento de redes afectivas y la participación activa de los sujetos implicados en los procesos de transformación se presentan como estrategias fundamentales para avanzar hacia una práctica emancipadora. Asimismo, la inclusión de una perspectiva de derechos permite reorientar las políticas públicas y los dispositivos de salud hacia modelos menos punitivos y más respetuosos de la autonomía de las personas.
En este marco, la interpelación a los varones acerca de sus prácticas, emociones y vínculos cobra especial relevancia. No se trata solo de intervenir sobre el consumo en sí, sino de propiciar espacios donde los varones puedan repensarse, cuestionar los mandatos de masculinidad que los constituyen y habilitar nuevas formas de relación consigo mismos y con los otros. Esto implica también revisar críticamente el lugar del varón en los contextos comunitarios y en las prácticas profesionales, para evitar reproducir lógicas patriarcales en los propios dispositivos de atención.
Asimismo, la noción de affidamento entre varones se constituye como una herramienta potente de intervención comunitaria. Al promover vínculos de confianza, legitimación y cuidado entre pares, habilita un proceso de despatriarcalización que cuestiona las formas tradicionales de complicidad machista. Esta práctica, lejos de replicar jerarquías, facilita la circulación de la palabra, la empatía y la posibilidad de construir masculinidad desde el afecto y no desde el poder. Vinculado a modelos de intervención entre pares –como los desarrollados en experiencias con juventudes en situación de vulnerabilidad–, el affidamento ofrece una clave para pensar dispositivos pedagógicos emancipadores, donde el saber se construye colectivamente y el protagonismo no es solo terapéutico, sino también político.
Sostener prácticas éticas y transformadoras requiere reflexionar sobre las intervenciones, registrar tensiones, construir saberes desde la experiencia y articular con otros actores del territorio. El trabajo comunitario, en este sentido, no es un complemento, sino el corazón mismo de una política del cuidado y la justicia social.
Finalmente, este trabajo ratifica la importancia de construir conocimientos y prácticas que no solo se basen en evidencias empíricas, sino que estén atravesadas por una ética del cuidado, del respeto y del compromiso con la transformación social. La politización del consumo y de las masculinidades no es un lujo teórico, sino una necesidad urgente para diseñar intervenciones más humanas, más inclusivas y más eficaces. Abordar los consumos desde esta perspectiva implica también imaginar otros mundos posibles, donde los vínculos, los cuerpos y los deseos puedan existir más allá del mandato de control, rendimiento y negación del sufrimiento.
La articulación entre Estado, organizaciones sociales y saberes situados resulta fundamental para consolidar estas apuestas. Las políticas públicas deben ser pensadas desde abajo hacia arriba, escuchando las voces de quienes viven en carne propia las consecuencias de las violencias estructurales y apostando por procesos de coconstrucción del conocimiento. Solo así será posible construir una trama social que no expulse ni criminalice, sino que acoja, sostenga y dignifique.
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- Se utiliza el termino el término cuir en vez de queer en función de una posición decolonial. ↑